Las cosas no siempre cambian a
mejor, hasta esta última generación, una “casita del príncipe” –así, en
diminutivo– en realidad era un pabellón perdido por los jardines del recinto
real para el divertimento del heredero (con esto seguro que nos viene a la
mente aquella película de Sofía Coppola); el príncipe seguía viviendo con sus
padres o tutores en el palacio.
Las “casitas del príncipe”, hasta
esta última, eran pequeños edificios con una planta baja destinada a salones en
los que se organizaban fiestas, conciertos o cacerías y, a veces, una escueta
planta alta donde el príncipe podía ejercer sus privilegios. Así son la de El
Escorial y la de El Pardo, así como la del Infante también en El Escorial:
¡Pero llegó su majestad el Príncipe
Felipe y se hizo una “casita” para vivir!, rompiendo de esta manera con toda la
tradición al respecto hasta la fecha, un chaletón más playero que real:
Don Curro.
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