La
arquitectura siempre se intenta explicar aparentando una completa objetividad
en la crítica… pero rara vez se admite que el edificio es simplemente bonito,
incluso precioso o magnífico, porque con la arquitectura, da miedo hablar de
gustos.
Los
edificios de Scharoun además de ser insuperables en su funcionalidad,
innovación, integración y todo lo que se quiera, son realmente bonitos. Y uno
de los mejores ejemplos es la Filarmonía de Berlín, cuya imagen sobrevive al
revestimiento de su fachada con extrañas planchas doradas.
La
Filarmonía, junto a la también maravillosa Biblioteca Nacional del mismo autor,
la Galería Nacional (de Mies van der Rohe) y otros edificios institucionales
situados al borde de la tierra de nadie, al sur de la Puerta de Brandenburgo
(actual interesantísimo desarrollo de Potsdamer Platz), formaban un conjunto
que no era más que el lujoso escaparate de occidente ante la mirada triste del
Berlín oriental. Este hecho es fundamental para entender una de las dos
características de las dos obras de Scharoun: las amplias zonas comunes y
escaleras de distribución. (La evacuación se debía garantizar en seis minutos,
que es lo que estimaban que tardaba un tanque ruso en cruzar esa tierra de
nadie; al menos, que los ciudadanos estuviesen en la calle.)
La otra
característica esencial que condiciona el edificio de la Filarmónica es el
descubrimiento de que el espectador, no oye la música que sale directa desde la
orquesta, sino que percibe la que rebota en el techo o en las paredes. Por lo
tanto, para conseguir una caja sonora sin ecos, sin reverberación, que todo el
sonido se reciba a la vez por todo el auditorio en un espacio grande, Scharoun
propone que la distancia de cada espectador al techo mas la distancia de ese
punto del techo al centro de la orquesta en el trazado más corto, sea la misma
para todas las butacas de la sala; además de otras medidas para que ahí termine
el recorrido del sonido como que una butaca sin ocupar absorba tantas
vibraciones sonoras como una persona sentada, como que no debe haber paredes
ortogonales evitando reverberaciones, o petos de las gradas rectos.
De los dos
anteriores condicionantes, nace la curiosa forma del edificio que bien parece
dos platillos volantes (la sala principal y la de cámara) sujetos por unas
patas que no son otra cosa que las escaleras más amplias y cómodas del mundo
(es una pena subir al gallinero por el ascensor, las vistas y los espacios del foyer son magníficos).
Recomendable
para todo aquel arquitecto, o no, que visite Berlín, siempre hay entradas, no
son caras y es la sede de la Deutsche
Grammophon; he tenido la suerte de asistir a El Mesías y a un popurrí de
Mahler.
Don Curro.
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