Resulta curioso que los arquitectos y los cocineros
de fama mundial tengan tanto atractivo que copan con mucha frecuencia y
facilidad la prensa. A la par, estos arquitectos estrella están dando una fama
a su gremio un poco injusta: “¡Es que
vosotros no sabéis hacer las cosas, siempre se os multiplican los presupuestos
y jamás termináis a tiempo!”
Vamos a simplificar el proceso de los últimos años:
un regidor de una relativamente pequeña administración decide hacer un edificio
emblemático, tiene mucha pasta
pública que administrar y la arquitectura monumental de consumo sale mucho en
los medios; así que consigue contactar con un arquitecto estrella o convoca un
más suculento que importante concurso restringido al que invita a los máximos
exponentes de la profesión, por cualquiera de las dos vías se les está
suplicando de forma indirecta “házmelo,
házmelo”, ésta es la clave; y entonces el elegido impone sus condiciones: hago lo que quiero, no me hables de
dinero ni de plazo y me pones un equipo técnico local gratis que ejecute mi
diseño que yo estoy ocupado con lo de Shangai, pero ni se te ocurra criticarlo
o pedirme un cambio que en la inauguración te voy a llenar el pueblo de prensa,
por cierto, voy a porcentaje.
Ahora no nos podemos sorprender que, cuando no se
pueden pagar esos altos honorarios o los edificios resultan costosísimos de
mantener, se intente demonizar al que fue elegido
para traer la gloria. Pero, ¿acaso no cumplieron con su misión?
Lo cierto es que el resto de la profesión, nos
dedicamos a esto como un oficio, y con buen criterio, ni se nos permite
salirnos del presupuesto porque simplemente ese dinero no existe ni se nos
permite dilatar la obra meses… tan sólo se nos paga nuestro trabajo (o tampoco).
Don Curro.
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